En ese mismo instante de la siesta, la hija, que habia quedado al cuidado de los abuelos, se metía en la boca la primer cucharada de achilata de su vida, esa que le hizo explotar el cerebro por el descubrimiento de un sabor y textura que nunca había experimentado. El padre corría por la casa, hacia la cuna, debido a un grito espantoso que indicaba una pesadilla por parte del hijo de un año. Y la madre, en un hotel alojamiento camino a Tafi Viejo, estallaba en un orgasmo soñado al que había llegado gracias a su amante.
Los cuatro sintieron algo que no habían sentido nunca antes y al minuto todo volvió a ser tan aburrido como antes.
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